Desde que me enteré que en un lugar del cielo hay un cuerpo celeste que lleva el nombre de mi hija, pienso en escribirle una carta con las siguientes coordenadas: Ana Teresa Diego. Asteroide 11.441 (entre Marte y Júpiter). Remitente: tu mamá. Y que empiece con algo así como: ‘Por fin, querida hija, me puedo conectar con vos en algún lugar. Un sitio adonde pueda mirar y pensar que estas allí’. A 35 años de su desaparición, no tengo su cuerpo, no tengo su tumba. Es una de las cosas más dolorosas y difíciles de sobrellevar”, dice Zaida Franz.
Es domingo y descansa en su casa de Villa Ventana, lugar al que llegó hace 21 años “buscando un poco de paz”. Venía de Bahía Blanca, ciudad adonde había llegado a fines de los años ’50 junto a su marido Antonio, y los dos hijos que había tenido en Buenos Aires: Ana y Daniel. El hombre, sanjuanino, profesor de matemática, arribó con un trabajo muy bien remunerado como profesor de la Universidad Nacional del Sur, que recién se estaba armando. Y allí donde el futuro era una puerta que se abría al progreso y la estabilidad, se radicaron y agrandaron la familia: nació Alejandra, la menor de los tres. Así transcurrió la vida, con Zaida a cargo de la casa y de los hijos: “Ana era muy buena en matemática, tal vez motivada por el papá, pero no quiso dedicarse a eso y se decidió por la astronomía. Yo cuidaba a mis hijos, pero también tengo mis estudios hechos: soy técnica química. Estudié en San Juan, en la Universidad Nacional de Cuyo, ahí conocí a mi marido. Luego nos fuimos a Buenos Aires, nos casamos, y en 1956 nació Ana. Una criatura muy agradable y tranquila. Cariñosita. Mi querida hija.”
En Bahía Blanca vivieron los Diego hasta que en 1975 el corazón de Antonio falló. Tenía apenas 47 años. Ana ya se había ido a La Plata, a estudiar Astronomía. Y un día de septiembre de 1976, saliendo de la Facultad, desapareció. Después, su hermano, de 18 años, se exilió en España. En el lapso de los dos años más negros de su vida, Zaida se había quedado sola con la menor de sus hijas y en medio de una búsqueda desesperada que la llevó a golpear todas las puertas y a ser de las primeras participantes de marchas y reuniones de organismos de Derechos Humanos que empezaban a movilizarse. Hoy es una de las querellantes en el juicio a los 26 imputados por el Circuito Camps, que se realiza en La Plata, y el sábado, mientras miraba en la tevé, sin prestar mayor atención, los actos de asunción del nuevo mandato presidencial, desde la cocina escuchó a la presidenta Cristina Fernández nombrar a su hija (ver aparte).
Su tono en el teléfono es el de una persona vital, activa, optimista. Tanto que a sus 84 años sigue trabajando en un colegio rural donde unos 100 chicos de la zona viven de lunes a viernes. “Ayudando a solucionar los problemas y a que puedan educarse y progresar”, explica. Tan optimista que se autodefine “una enamorada de la juventud”. Con memoria y lucidez, recuerda los años dolorosos sin sobrecargarlos de dramatismo y explica que el 5 de diciembre pasado se enteró por una amiga de la Universidad de La Plata que la Unión Astronómica Internacional había bautizado un asteroide descubierto por un argentino con el nombre “Anadiego”, en homenaje a su hija.
“Nosotros no militábamos en un partido, pero criamos a nuestros hijos para que fueran personas respetuosas con el prójimo y para que lucharan por un mundo equitativo, donde todos tengamos los mismos derechos. Y eso se mama. Su papá ya estaba enfermo cuando Ana un día me dijo: ‘Mirá, mamá, me afilié a la Juventud Comunista.’ Yo le dije: ‘Bueno, hija, es tu decisión’, porque ya estaban los militares dando vueltas. Ella era muy correcta, estudiosa, trabajaba para el comedor de estudiantes. Yo me moví desde el primer momento que supe que se la habían llevado. Nadie te recibía, ni los políticos ni los militares ni los curas”, explica.
“Siempre hice trabajos para servir a la comunidad. En Villa Ventana trabajo con chicos que necesitan una atención personalizada: acá comen y tienen talleres donde aprenden oficios. Por conocer mi historia, les surgió hacer el documental sobre mi hija que está en Internet”, cuenta, en referencia a Polvo de Estrellas. “Llegué acá buscando las sierras, un lugar tan bonito, y también buscando un poco de paz”. <
“Me hizo caer de la silla”
“Estaba en la cocina haciendo cosas. La tele prendida. Empiezo a escuchar y de repente oigo que nombra a mi hija. ¡Ay! Decí que tengo un corazón fuerte. ¡Esta Cristina me hizo caer de la silla!”, cuenta Zaida Franz cómo fue que el sábado al mediodía escuchó que la presidenta Cristina Fernández, al iniciar su discurso de asunción, había elegido la historia de su hija para hablarle a los 40 millones de argentinos.
Zaida recuerda que Ana “era muy buena en matemática y antes de terminar el secundario postuló para una beca para irse a Europa. Mientras tanto hizo los trámites y se anotó para estudiar en La Plata. Pasó el tiempo y, faltando tres días, le llega la beca. Pero ella quiso quedarse en el país. “Me voy a La Plata, mamá’, me dijo, cosa que a mí me llenó de felicidad, sin sospechar lo que luego pasaría.”
Respecto del significado de que un asteroide se llame como su hija, dice: “Cuando se le hace un homenaje a un desaparecido, se le hace a todos. De esa manera no hay olvido. Esa estrella ‘Anadiego’ representa a los 30 mil desaparecidos, que nos están mirando desde allá”.
Fuente: Tiempo Argentino.
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