lunes, 5 de diciembre de 2011

“Pase lo que pase, la ética siempre termina triunfando”


Una charla con Osvaldo Bayer a 90 años de los fusilamientos de peones rurales en el sur.

Diciembre, 1921, las fuerzas del Ejército que dirige el teniente coronel Varela, que responde a las órdenes del gobierno democrático de Hipólito Yrigoyen, desatan los fusilamientos contra peones rurales en Santa Cruz. Se cumplen noventa años de aquella masacre; noventa años de aquel genocidio reflejado por Osvaldo Bayer en Los vengadores de la Patagonia trágica. Nadie mejor que él para hablar de lo ocurrido y de las conmemoraciones que se realizaron en nombre de los asesinados. Por eso, es imprescindible retomar algunos aspectos de la charla que el historiador tuvo con Eduardo Anguita y Santiago Diehl en el programa Sur, de CN23. “Me han invitado a una serie de actos que vamos a hacer, un acto en cada tumba masiva de los obreros fusilados. Es doloroso recordar, pero la ética siempre termina triunfando en la historia. Todos aquellos dirigentes de los peones rurales tienen hoy su monumento en Santa Cruz. Está el monumento al gaucho don José Fons, entrerriano llamado por los otros gauchos Facón Grande, un precioso monumento en la entrada de Jaramillo. Está el monumento a Albino Argüelles en la entrada a Puerto San Julián. Está el monumento al Gallego Ramón Outerello en la entrada a Puerto Santa Cruz. Una calle de Río Gallegos se llama Antonio Soto. Y las tumbas masivas están marcadas, la más grande de todas ellas es La Anita, la Estancia de Anita del señor Federico Braun, donde se calcula que hay 637 peones rurales fusilados. Mientras que de los represores no hay nada, ni siquiera una sola placa que los recuerde. Más todavía, la tumba del teniente coronel Varela, el fusilador, en el panteón militar, hasta hace muy poco tenía una sola placa, que decía: ‘La comunidad británica de Santa Cruz al teniente coronel Varela que supo cumplir con su deber’. Finalmente, a los militares les pareció que era muy comprometedor eso y lo sacaron. Pero yo saqué fotos, así que no pueden negar esa placa.”
En tiempos de revisionismo histórico, donde todavía quedan algunos fantasmas del pasado cuando la gente que trabajaba la tierra y que reclama su propiedad es asesinada por ese motivo, Bayer es la voz que discute esa realidad, que señala: “Acaba de pasar en Santiago del Estero con el Mocase. El Mocase: las cooperativas, el trabajo de la tierra, un sitio donde todos trabajan igual y ganan igual, donde los sábados se reúnen y bailan con música folklórica. El Mocase: esa pasión por mantener lo ancestral. ¿Por qué se les quita la tierra? ¿Por qué no se les respeta la tierra donde están ellos trabajando, haciendo cooperativas? Creo que eso es esencial para el bien del país, y el respeto a los pueblos originarios que desde hace siglos están trabajando esa tierra”.
Pero no es el señalamiento infantil, la crítica por el placer de la crítica. Bayer es sinónimo de reflexión. Y en este momento, donde la soja da un balance comercial favorable; donde las retenciones permiten fondear planes de inclusión social; donde se vuelve, sin embargo, a un mal congénito, es imprescindible esa reflexión. La misma que estuvo cuando la lana era el producto de las grandes extensiones de tierras en manos de pocos estancieros que vendían esa misma lana afuera y que no dudaron en reprimir cuando una crisis internacional provoca la caída del precio de la lana que terminan pagando con hambre los trabajadores. Reflexión que denunció la debilidad, la fragilidad de un modelo como aquel que sólo podía responder con bala y muerte. “Hay que pensar, reflexionar, claro. Por eso creo que la reforma agraria tiene que empezar y limitar las posesiones. Por ejemplo, no más de 10.000 hectáreas en una posesión. Y después, toda la otra tierra, darla en cooperativa a los trabajadores de la tierra. Como primer paso. Lo hemos visto. Yo creo que es esencial. Esa gente de la tierra trabaja la tierra. Y también medir la defensa de la naturaleza. Con la soja se terminan montones de bosques, que es realmente un tremendo pecado que cometemos con respecto a las futuras generaciones. Tenemos que defender esa naturaleza. Era lo que hacen los pueblos originarios siempre. Ya lo decía el sabio alemán Alexander von Humboldt, cuando viajó en 1790 por América latina. Se maravilla, decía, los pueblos originarios lo primero que hacen es defender a la naturaleza. No toman de la naturaleza nada más de lo necesario para vivir, y cuando yo les pregunto por qué hacen eso, me contestaron: porque hay que pensar en las próximas generaciones, dejarles las cosas igual como las recibimos nosotros. Entonces hay que pensar, hay que limitar todo eso, esas grandes ganancias de los grandes consorcios, ese gran empleo de los agrotóxicos y todas estas cosas que realmente están envenenando a la querida tierra de nuestra República”.

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